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"OJOS AZULES",
de Arturo
Pérez-Reverte, conteniendo 20 serigrafías originales de Cristóbal
Gabarrón, firmadas
a mano con lápiz por el artista y numeradas por el editor, y prólogo de Luis
Alberto de Cuenca.
Medidas de 44 x 32 x 5
cms., y 156
páginas.
Edición trilingüe Español-Inglés-Francés.
Publicado el año 2006.
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Paisaje de otro paisaje no pintado: Ojos azules
Fue uno de esos
encuentros que difícilmente se olvidan y de los que uno piensa
que es un privilegiado por haber sido testigo. Arturo
Pérez-Reverte y Cristóbal Gabarrón se conocieron
personalmente en el madrileño y muy literario Café
Gijón en presencia de Ángel Pina y de mí mismo. El
novelista cartagenero nos dedicó a cada uno su libro No me cogeréis vivo,
y el pintor de Mula, en la página de al lado, realizó una
ilustración con un rotulador negro. En esas fechas, ya estaba en
marcha el libro en el que se incluía el cuento de
Pérez-Reverte Ojos azules, y realizadas las veinte serigrafías de Gabarrón.
Y prólogo de Luis Alberto de Cuenca, que,
desde hacía tiempo, deseaba pagarle con la misma moneda a
Reverte. He de confesar que Arturo y Cristóbal tienen algo de
almas gemelas, al margen de ser internacionalmente conocidos, que
sólo es una anécdota. Un individualismo radical en uno y
otro. Una manera muy singular de ver y entender la vida, como si ambos
la contemplaran desde una atalaya. Una constancia y un dinamismo
interno que repercute en la realización de un trabajo
sólido. Y la exigencia continua, la conciencia de que lo mejor
siempre es lo que se queda en el tintero, lo que está por
escribir o por pintar.
A Pérez-Reverte también le fascina el
mundo de la pintura. En su saga del capitán Alatriste, alude una
y otra vez a Velázquez. Algunas de las descripciones que
hallamos en estas páginas parecen arrancadas de un lienzo del
pintor sevillano. En El pintor de batallas demuestra su
preocupación y su sensibilidad por la faceta artística,
aunque Andrés Faulques, el protagonista de la novela, fuera un
pintor mediocre, interesado tan sólo por darle forma y color a
su atormentada memoria.
Cristóbal Gabarrón, como Úrculo
y tantos otros artistas, era un viejo conocido de Ángel Pina
desde hacía más de veinticinco años. Era habitual
encontrárselo por las exposiciones de Madrid, lo que aprovechaba
para contarle un proyecto –convertirse en editor de libros de
bibliofilia– casi rayano en la locura, que aún distaba de
ser una realidad, para lo que, desde entonces, contó con el
apoyo y la promesa de una futura colaboración de
Cristóbal.
Pina pensaba que Gabarrón se iba a decantar
por el texto de un escritor estadounidense, un clásico de la
literatura anglosajona. El pintor nacido en Mula deseaba, sin embargo,
la colaboración de un autor murciano, y, a ser posible, de fama
internacional. El nombre no era otro que el de Arturo
Pérez-Reverte.
Ojos azules, el cuento
escogido por Arturo y con el que trabajó Cristóbal
Gabarrón, es un relato histórico, ambientado en
México en la época de la conquista española, de
gran fuerza y expresividad. Un texto envolvente, rotundo, que produce
gran impacto en el lector –como un golpe seco y duro en pleno
rostro– desde las primeras líneas: “Llovía a
cántaros. Llovía, pensó, como si el dios Tlaloc o
la puta que lo parió hubieran roto las compuertas del cielo.
Llovía mientras resonaban afuera los tambores, y los capitanes
iban llegando cubiertos de hierro...”.
Luis Alberto de Cuenca no ocultó su
alegría al ser el hombre elegido para realizar el
prólogo. En el mismo se refiere al “talento
plástico” de Gabarrón y al “genio
literario” de Reverte, así como al “buen
hacer” y la tenacidad del editor, Ángel Pina. Relata,
emocionado, su primer encuentro con el novelista cartagenero y
cómo se fue fraguando esa amistad que se presume eterna. Ojos azules
–concluye Luis Alberto de Cuenca– es un prodigio de
expresión y construcción literaria. No se puede decir
más y mejor en tan pocos párrafos”.
Gabarrón, que no rehuye jamás de los
grandes retos, es un intérprete singular de la realidad
literaria que presenta el relato. Hace visible, en primer lugar, su
pasión por pintar. Saca a relucir, de inmediato, sus dotes para
la narratividad. Sus cuadros no cuentan historias. Son historias en
sí mismos. Una historia en la que, como en las mejores novelas,
como en la mejor poesía, el tiempo es la figura primordial.
Cristóbal Gabarrón le da un toque intimista al texto de
Pérez-Reverte, propiciando que sus pinturas se conviertan, sin
pudor alguno, en un reflejo fiel de su estado de ánimo.
“Todo buen cuadro –leemos en las páginas de El pintor de batallas– aspiró siempre a ser paisaje de otro paisaje no pintado”.
José Belmonte Serrano
Universidad de Murcia
Fragmentos del catálogo LIBROS CON ARTE
Comunidad Autónoma de Murcia (Marzo 2007)
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Cuando Ángel Pina me contó que Arturo
Pérez-Reverte le había dado este cuento, Ojos azules,
para su colección de bibliofilia y que Cristóbal
Gabarrón iba a ilustrarlo, me dio mucha alegría. Desde
que apareció en AHORA mi Puente de la espada, con seis
serigrafías del llorado Úrculo (que iban a convertirse en
una de las últimas cosas que hizo en este mundo) y
prólogo de Arturo, decidimos que si el inventor del
capitán Alatriste publicaba algo en la editorial de Ángel
yo sería su prologuista. Y así ha sido al final. La
tenacidad del editor y la generosidad del novelista se pusieron de
acuerdo para que aquella idea borrosa fuese creciendo en nitidez hasta
adquirir la forma del libro que tienes en las manos, lector. Un libro
al que el buen hacer editorial de Pina, el genio literario de
Pérez-Reverte y el talento plástico de Gabarrón
han situado en un plano de excelencia artística dificilmente
superable.
Lo de “no saber adónde vamos ni de
dónde venimos” (que decía Rubén Darío
en lo fatal) nos trae por el camino de la amargura a los seres humanos
más sensibles desde que llegamos al mundo. Pero de pronto, en
medio de esa ruta sombría que no conduce a ninguna parte, surgen
referencias seguras, certezas protectoras, luces que dan sentido al
viaje. Mi primer encuentro con Arturo Pérez-Reverte se produjo
en el universo paralelo de la lectura, donde suelen tener lugar esas
benéficas apariciones que tanto nos consuelan. Disfruté
mucho con sus libros, me hice adicto a su narrativa, y luego, cuando
tuve la suerte de conocerlo y de tratarlo personalmente, extendí
mi adicción a su persona y, sin renunciar a la admiración
que despertaba en mí su escritura, me convertí en su
amigo. (Eso explica la benevolencia que Arturo me dispensa en el citado
prólogo al Puente de la Espada, publicado en esta misma
colección.)
Complicidades aparte, Ojos azules es un prodigio de
expresión y de construcción literaria. No se puede decir
más y mejor en tan pocos párrafos. Después de
ofrecernos una visión panorámica de las aciagas y
gloriosas jornadas que siguieron a la entrada de los españoles
en Tenochtitlán, Arturo se detiene en la peripecia individual de
un soldado anónimo, propietario de los ojos azules que dan
título al relato. Y en peripecia de ese soldado se condensa la
oscura biografía de tantos héroes sin nombre que
acompañaron a Cortés en la conquista de México y
que parece insustituible para conocer la España barroca, en
cuento Ojos azules desvela en unas pocas páginas ni más
ni menos que el espíritu que animaba a los conquistadores de
América. Tampoco ellos sabían adónde iban ni de
donde venían. Pero creían, como Arturo
Pérez-Reverte, en la diosa Aventura, y eran capaces de morir por
ella.
Luis Alberto de Cuenca
Madrid, 8 de diciembre de 2004
Prólogo para el libro "Ojos Azules"
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Llovía a cántaros. Llovía,
pensó, como si el dios Tlaloc o la puta que lo
parió hubieran roto las compuertas del cielo.
Llovía mientras resonaban afuera los tambores, y los capitanes
iban llegando cubiertos de hierro, sombríos, con las gotas de
agua corriéndoles por los morriones y la cara y las cicatrices y
las barbas. Llovía sobre Tenochtitlán. Cubriendo la
capital azteca de una noche húmeda: lágrimas siniestras
que repiqueteaban en los charcos del patio del templo mayor. y
disolvían en regueros pardos las manchas de sangre de la
última matanza, la de centenares de indios mexicanos.
Cuando en plena fiesta el capitán Alvarado mandó cerrar
las puertas y los hizo degollar. Ris, ras. Visto y no visto, hombres,
mujeres y niños. Por aquello de que al que madruga Dios lo
ayuda, y más vale adelantarse que llegar tarde. Los he cogido en
el introito, dijo luego Alvarado, cuando Cortés fue a echarle la
bronca. Se me fue la mano, jefe, se disculpaba, huraño. Pero por
lo bajini se reía, el animal. Los he cogido en el introito.
Bum, bum, bum, bum. Apoyado en el portón,
bajo la lluvia, el soldado de ojos azules reprimió un
escalofrío mientras se ajustaba el peto y ceñía la
espada. A su alrededor los compañeros se miraban unos a otros,
inquietos. Al otro lado de los muros del palacio, afuera, los tambores
llevaban sonando una eternidad. Bum, bum, bum, bum. Había
toneladas de oro, pero ahora Moctezuma estaba muerto y se acababan las
provisiones y todo se había ido al carajo. Bum, bum, bum, bum.
También había miles y miles de mexicanos en la ciudad,
alrededor, cubriendo las terrazas, llenando las piraguas de guerra en
los canales y la calzada entre los puentes cortados. Mexicanos
sedientos de venganza. Bum, bum, bum. Así todo el día y
toda la noche, mientras en lo alto de los templos los sacerdotes
alzaban los brazos al cielo y preparaban los sacrificios. Bum, bum,
bum, bum. Aquello sonaba adentro, precisamente en el corazón,
que los más cenizos ya imaginaban fuera del cuerpo,
ensangrentado, abierto el pecho por el cuchillo de obsidiana. Bum, bum,
bum. Menudo plan, pensó el soldado mirando las caras mortalmente
pálidas de los otros. Venir desde Cáceres y Tordesillas y
Luarca y Sangonera, que están lejos de cojones, para terminar
abierto como un gorrino, con las asaduras hechas brochetas en lo alto
de un templo, aquí donde Cristo dio las tres voces. Bum, bum,
bum. Y además, de tanto oírlos, aquellos tambores
habían adquirido un lenguaje propio. Si uno prestaba
atención podía oír que decían: Teules
malditos, perros, vais a morir todos hasta el último, y
pagaréis el deshonor de nuestros ídolos, y vuestra sangre
correrá por las aras y los escalones de los templos. Bum, bum,
bum. Eso decían aquella noche, pensó
estremeciéndose, los jodidos tambores de Tenochtitlán.
Cortés, con cara de
funeral, no se había ido por las ramas: tenían que romper
el cerco. Dicho en claro, eso significaba Santiago y Cierra
España, todos corriendo a Veracruz, y maricón el
último. De modo que cargaron en caballos cojos y en ochenta
indios aliados tlaxcaltecas la parte del oro que correspondía al
rey, y luego dijo Cortés aquello de ahí queda el oro
sobrante, más del que podemos salvar, y el que quiera que se
sirva antes de darlo a los perros. De modo que los soldados de
Pánfilo de Narváez, que habían llegado los
últimos, se atiborraron de botín dentro del jubón
y del peto, y bolsas atadas a la espalda, y anillos en cada
dedo. ...
Arturo Pérez-Reverte
Fragmentos del libro "Ojos Azules"
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Datos técnicos de la edición
Para este Libro de Bibliofilia OJOS AZULES, con texto de ARTURO
PÉREZ-REVERTE, con prólogo de LUIS ALBERTO DE CUENCA y
presentación de ÁNGEL PINA RUIZ, el artista
CRISTÓBAL GABARRÓN ha realizado 20 serigrafías
originales de 43 x 31 cms., cada una, firmadas a mano con
lápiz.
La impresión se ha efectuado en “Portada
Gráfica, S.L.” utilizando papel de 240 gramos, fabricado
con pura celulosa ECF, con un pH neutro.
Las serigrafías originales en “GMS,
Serigrafía Artística”, sobre papel de 240 gramos,
fabricado con pura celulosa ECF, con un pH neutro.
Consta de los siguientes ejemplares: para el
Depósito Legal 6, del 1 al 295, de la A a la L para
colaboradores, en números romanos I a LXX y 15 pruebas de autor,
habiendo sido las 20 serigrafías originales de cada libro
numeradas por el editor y firmadas a mano con lápiz por el
pintor.
El diseño correspondió a Pedro Manzano
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