Acontece todos los años, cuando cuajan las almendras en las laderas del Olimpo y del Parnaso allá en Atenas; cuando apuntan y brotan las pequeñas florecillas de la murta, que, luego en el transcurso del tiempo, los árabes llamarían arrayán; plantas que nacen y crecen en las faldas de las colinas romanas, especialmente en el Palatino, en donde dice la tradición que Rómulo y Remo fundaron la ciudad de Roma, el día veintiuno de abril del año setecientos cincuenta y tres antes de Cristo; extraordinaria casualidad, pues en la misma fecha, día y mes del año ochocientos treinta y uno de nuestra Era dispondría Abderramán II la fundación de Mursiya o Murcia. Quince siglos de distancia entre ambas ciudades.
Sucede todos los años, cuando en las riberas del viejo Thader se visten de blanco limoneros y naranjos con el bello ropaje del oloroso azahar, los bancales se tornan en ricas y jugosas paletas de pintor, con el verde de las ramas, el rojo de claveles y rosas, el amarillo de las calas, el morado de pensamientos y pasiones, el albo inmaculado de azucenas y nardos. Viene todo eso a coincidir con los meses griegos de elafebolión y mouniquión; con los meses romanos de marzo y abril, tercero y cuarto del año, este último, del verbo «aperire», abril, por ser el que inicia la Primavera, el Primer Tiempo. Meses ambos, ilustres antecesores de nuestros cuaresmales marzo y abril. ...
Carlos Valcárcel Mavor
Cronista Oficial de la Ciudad de Murcia
Fragmentos del texto "Desde el Olimpo al Thader pasando por el Panteón" para el libro "Mitologías"
Posiblemente de toda la corte del Olimpo sea el ambiguo Apolo la deidad más apreciada entre nuestros paisanos. Un Apolo siempre jovenzuelo de rubia cabeza coronada de bucles y del verde oscuro del laurel. Un Apolo que Velázquez santifica orlándolo de majestad en su inoportuna visita a la fragua de Vulcano.
Apolo nos importa, creo, que algo más porque a su servicio tiene a las nueve musas, las hijas de Mnemósine y Zeus, según unos, o de Harmonía y Zeus, o de Urano y Gea. Da igual; fueron producto de amor entre dioses.
Desde siempre se impuso el número de nueve para estas subalternas del dios apolíneo, y paulatinamente a cada una de ellas se le fue asignando una función determinada: Calíope, la poesía épica; a Clío, la Historia; a Polimnia, la pantomima; a Euterpe, la flauta; a Terpsícore, la poesía y la danza; a Erato, la lírica coral; a Melpómene, la tragedia; a Talía, la comedia; a Urania, la astronomía. ...
Andrés Peláez Martín
Director del Museo Nacional del Teatro
Fragmentos del texto "Mitología Escénica" para el libro "Mitologías"
El cuadro «El Entierro de la Sardina» de Goya evoca la fiesta popular del Miércoles de Ceniza, y fue pintado sobre un panel de 70 x 62 cm., sin las figuras del primer plano; luego el propio Goya lo amplió por arriba y por abajo, hasta llegar a la actual composición, como nos indica Pierre Gassier, el gran especialista en la obra de nuestro universal pintor.
La obra, óleo sobre tabla, documentada entre 1812 y 1819 mide 82’5 x 62 cm., y se encuentra en la Real Academia de San Fernando de Madrid (de este cuadro se conserva en el Museo del Prado un dibujo preliminar, cuya técnica a la sepia revela una fecha muy avanzada en su ejecución), junto a otros cuatro cuadros de formato horizontal y medidas casi iguales «Tribunal de la Inquisición» de 46 x 73 cm., «Procesión de flagelantes» de 46 x 73 cm., «Manicomio» de 45 x 72 cm., y «Corrida de toros en una aldea» de 45 x 72 cm., todos también óleo sobre tabla, encuadrados cronológicamente en las mismas fechas que el primero, al no figurar ninguno en el inventario del pintor realizado en 1812, conformando los cinco una colección que plantea temas de una rara afinidad con varios de los grabados realizados anteriormente, imágenes de locos, de disciplinantes, puestas en escena inquisitoriales, aparición de muchedumbres participantes en ocasiones y espectadores en otras y en general con un gran sentimiento anticlerical, adelantándonos de alguna manera las obras de La Quinta del Sordo. ...
Ángel Pina
Director de la Editorial
Fragmentos del texto "Del Entierro de la Sardina de Francisco de Goya al Entierro de la Sardina del Siglo XXI" para el libro "Mitologías"
Todo comenzó a alterarse cuando un pintor griego que había pasado por Venecia y Roma y había calado en España, aún lo suficientemente joven como para que se le metiera hasta las médulas, pintó una versión de Laocoonte que cambiaba hasta la más profunda esencia su modelo original y abría la vía de irrespetuosa insolencia hacia la mitología clásica, por la que iban a transcurrir cómodamente los más grandes pintores españoles de la edad moderna.
En esa visión del sacerdote troyano y sus hijos, castigados por Apolo a ser aniquilados por las serpientes que emergen del mar, olvida El Greco la información directa y el heroísmo que impregnaba el grupo helenístico que, tras su exhumación en 1506 había fascinado a todos los artistas romanos y hasta él mismo había homenajeado en algunos de sus primeros cuadros italianos, para componer una ambigua escena susceptible de múltiples significados que pueden ser leídos desde el sentido pagano al cristiano, pasando por herméticos referentes de la historia local. El drama tiene lugar a las afueras de Toledo y no de Troya; en el más exacto y telúrico centro de España y no junto al mar y en la clara oscuridad de una limpia, aunque nubosa, noche castellana. Los actores son un anciano y dos frágiles jóvenes, en lugar de los corpulentos seres que siempre se habían elegido. ...
Germán Ramallo
Catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Murcia
Fragmentos del texto "El Mito Clásico y los Pintores Españoles del Siglo de Oro" para el libro "Mitologías" |