JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL
JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL
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JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL JAVIER PÉREZ, MIGUEL ÁNGEL HERNÁNDEZ-NAVARRO, MIEKE BAL

"EL BEBEDOR DE LÁGRIMAS", texto de Miguel Ángel Hernández-Navarro, conteniendo 20 serigrafias originales de Javier Pérez, firmadas a mano con lápiz por el artista y numeradas por el editor, con prólogo de Mieke Bal.
Medidas 44 x 32 x 5 cms., y 136 páginas.

Edición bilingüe Español-Inglés.
Publicado el año 2008.


BEBEDOR DE LÁGRIMAS es un poema en prosa, o una
serie de poemas cortos de gran energía evocadora, sobre todo
debido al uso de palabras simples, directas y concisas. Palabras
que dan la impresión de no poder ser quitadas, desplazadas
o sustituidas. En un sentido semejante, las serigrafías de
Javier Pérez que se alternan con las páginas del texto son poderosas
en su franqueza formal. Tienen en común que trabajan
sobre la cuestión de lo no existente. Es decir, son ficciones.
El texto y las imágenes confrontan al lector con el mundo imposible
de los cuentos de hadas para adultos, con una autoevidencia
sin adornos, como si no hubiera otro mundo pensable.
La historia de un hombre que recoge y después bebe las lágrimas
que ve emerger cada noche en el rostro de su amada dormida,
intenta mostrar la posibilidad de la «con-dolencia». Sin
embargo, su búsqueda concluye negativamente. El «sufrir-con»
es, en última instancia, imposible. La diferencia irreducible entre
las personas hace de la condolencia —o, por utilizar la versión
latina de la palabra, la «compasión»— un ideal inalcanzable.
Las serigrafías dan forma a la unidad igualmente imposible de
la existencia humana y natural. Los cuerpos se convierten en
raíces, árboles que gritan o se besan entre sí, y los cuerpos
humanos desaparecen en la ondulación del agua, cuya escala
permanece enigmáticamente indeterminada, como sucede con
ese rostro muerto —acaso el dolor mismo— que es apretado
entre unas manos de ramas de árbol.
Existe una incompatibilidad irreductible que no sólo se percibe
en el interior de ambas poéticas, sino también en la relación
que se establece entre el texto y la imagen. Las serigrafías
no ilustran el texto, ni el texto provoca en las serigrafías un contenido narrativo. Entre los dos elementos se encuentra un
sentido de respeto mutuo por la integridad del otro. En este
sentido, estas dos obras de arte son en el fondo una sola, precisamente
porque convergen en las incompatibilidades más fundamentales
de la existencia —la suya propia incluida.
Los textos y las imágenes conducen al arte más allá de la nada
que resulta tras la aceptación de lo imposible, y se unen en ese
logro. Sin embargo, en ambos casos, esta derrota no implica
resignación o nihilismo. Si la condolencia es estrictamente imposible,
el resultado es, sin embargo, un intento de «sufrir con»
para participar en el sufrimiento del otro, más poderoso aún en
la toma de conciencia de lo inalcanzable de la meta. La modestia
que tiene lugar tras la intuición de la falta enaltece una
relación que ya no está basada en una mentira. Es, por tanto,
una historia de amor profundamente post-romántica. De ahí la
ausencia total de especulación psicológica. En las serigrafías,
la relación imposible y sin embargo inextricable entre la humanidad
y naturaleza conduce al reconocimiento de la unión indeleble
entre ambas partes, la necesidad mutua que cada una
tiene de la otra. En este lugar, con la incertidumbre de la escala
como herramienta primaria, daría la impresión de que esas formas
no son posibles. Y, sin embargo, las vemos.
La toma de conciencia sagaz de que los textos y las imágenes
son tan diferentes como lo son dos personas no imposibilita la
relación entre los miembros de cada par. En última instancia,
la conclusión que se impone es que esa incompatibilidad es la
que define toda relación. En lugar de pesimismo y tristeza, el
tono del trabajo, de modo silencioso y velado, nos infunde
una cierta esperanza callada.

Mieke Bal
Prólogo para el libro "El Bebedor de Lágrimas"


Ella. Todas las noches
Todas las noches. Mientras dormía. Una lágrima. De cada ojo.
Una lágrima de cada ojo. Dos lágrimas. Por sus mejillas.
Lentamente, muy lentamente. Heridas que vuelven a herir.
Un río, un lago, un mar. Horadando su piel. Como un reloj
de arena. Un reloj de lágrimas, marcando el paso de las
sombras.
Todas las noches, ella. Y junto a su llanto, siempre, él.
Perenne, inmóvil, silente. Con un cuaderno y una historia.
«Historia de una lágrima: lo que tarda en caer al suelo y
descomponerse, en integrarse en los poros de la piel, en ser,
de nuevo, una lágrima.»

Como un beso
Una noche dejó el cuaderno y subió a su cuerpo. Llegó a sus
párpados y tragó su lágrimas.
Sorbió hasta que pudo encontrar un indicio, hasta que pudo
advertir un sabor, hasta que pudo atisbar un saber.
No eran dulces, ni saladas. Ni de ningún sabor conocido.
Sin embargo, sabían a ella. A su piel, su pelo y sus labios.
Como un beso, pensó.
Sí, como un beso.
Como un beso intenso.
Tanto, que no pudo recordar ninguno así.

Satis
Pasaron los años. Y todas las noches, ella lloraba. Y todas las
noches, él bebía de sus lágrimas.
Pero una noche bebió demasiado. Y el exceso de su néctar le
hizo perder el sentido. Quiso intentarlo de nuevo, pero ya no
pudo soportarlo.
Inútil seguir bebiendo.
Su sed había sido saciada.

Miguel Ángel Hernández Navarro
Fragmentos del libro "El Bebedor de Lágrimas"